El año 2023 no ha podido arrancar de formas más intensa para la Orquesta Sinfónica de Galicia, abriéndose con un nuevo encuentro de la Orquesta Joven, que dirigida por Pietro Rizzo exhibió en el Concierto para orquesta de Bela Bartók el altísimo nivel de las nuevas hornadas de músicos. Tras él, la OSG inauguraba su año concertístico con un muy atractivo programa, aunque algo convencional. El tipo de programa de los que sólo dejan satisfechos a los oyentes cuando las interpretaciones son de primera fila. Y así fue, muy especialmente en el Concierto para violín de Sibelius, gracias a la soberbia intervención del solista Stefan Jackiw, apoyado en una empática Anja Bihlmaier quien dirigió a la OSG con inmensa lucidez. 

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Stefan Jackiw y Anja Bihlmaier en el Palacio de la Ópera
© Orquesta Sinfónica de Galicia

Stefan Jackiw ya había visitado el Palacio de la Ópera hace ocho años, entusiasmando en la Escocesa de Bruch por su despliegue de virtuosismo y por la fuerza de su interpretación. No es fácil para un joven intérprete mantener ambos aspectos igualmente intactos, a pesar del desgaste del tiempo y de la rutina; pero así fue, superándose Jackiw a sí mismo con su Sibelius, rebosante de musicalidad y sensibilidad y dotado de un sonido brillante y rotundo en el que cada ataque del arco derrochaba energía a raudales, acentuada por un vibrato milagroso y unos agudos tan limpios como feroces. Fue tal la presencia de su sonido que Jackiw se mostró como el instrumentista ideal para desmentir el tópico de las limitaciones acústicas, de cara al público, del Palacio de la Ópera. En el Allegro moderato inicial disfrutamos de un equilibrio ideal entre los pasajes más románticos, tratados con gran sensibilidad, y los más gélidos, en los que Jackiw desplegó una cautivadora magia interior. A ellos se sumó una gloriosa cadencia extendida. En los clímax del Adagio di molto, Bihlmaier, quien siempre puso las dinámicas al servicio del solista, creó momentos de un impacto inolvidable. Y en el enérgico Allegro final, Jackiw mantuvo el impulso rítmico de forma robusta, consiguiendo que cada giro melódico superase en impacto, al anterior, erigiéndose de forma definitiva como el gran protagonista de la noche.

El programa fue preludiado por una breve delicatessen de Luigi Dallapiccola, inspirada en la poesía de Machado; toda una rareza digna de ser recuperada, más aún dada su inspiración. El molto tranquillo inicial fue expuesto enigmáticamente buscando el máximo contraste en los puntuales estallidos orquestales. Fue especialmente interesante el vasto morendo que conforma el tercio final de la obra, en el cual las voces de los solistas de la OSG se integraron en un discurso intimista, cálido y convincente. A ellos se sumó la percusión contribuyendo con sus sutiles susurros y murmullos, a crear una muy evocadora atmósfera nocturna.

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Profesores de la Orquesta Sinfónica de Galicia
© Orquesta Sinfónica de Galicia

Volvía la Segunda sinfonía de Schumann a la temporada tras su aparición hace dos años bajo la dirección de James Conlon. Fue el Sostenuto inicial el momento más crítico, pues Bihlmaier optó, como parece ser la moda actual, por un tiempo electrizante, lo cual resulta un tanto problemático en una partitura caracterizada por ritmos tan extremos. No es de extrañar que hubiese una sensación de falta de cohesión en los clímax. El vertiginoso Scherzo prolongó el carácter del Sostenuto, sacrificando transparencia por impacto, tal como sucedió en el frenético primer trío. El bachiano segundo trío fue más venerable, anticipando la serenidad del Adagio espressivo. Era ya previsible que Bihlmaier desvestiría a éste de cualquier retórica. Aún así, el movimiento lució intacta su belleza esencial, gracias en muy buena parte a las maderas de la OSG, lucidísimas en sus evanescentes intervenciones. El contraste con la contrapuntísitica sección central fue especialmente hermoso. En el convoluto y original Allegro molto vivace se percibió el beneficio de la reciente experiencia Conlon, mostrándose la orquesta muy empastada y fluida. Fue menos trepidante de lo que se podía esperar. De hecho, el interludio central fue elegantemente realizado, confiriéndole a la interpretación una nobleza que sirvió de trampolín a un solemne e impactante final, nuevamente recibido con un aluvión de aplausos.

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