En los archivos de la SGAE duermen toneladas –y no es exageración– de partituras que esperan algún día ser observadas por los clementes ojos de un musicólogo que las rescate de un olvido en unos casos merecido y en otros completamente injusto. En los últimos años hemos podido ver interpretadas obras que, a pesar de contener la firma de plumas tan augustas como la de Barbieri o Gaztambide, se habían visto abocadas por los azares del destino a un sueño de décadas del que finalmente, gracias al empeño de musicólogos y productores, por fortuna consiguen despertar. Entre Sevilla y Triana se suma a la cada vez más amplia lista de zarzuelas, sainetes y operetas españolas que podemos volver a escuchar y grabar con gran calidad tanto en la escena como en las voces, consiguiendo así no solo rescatar, sino también ampliar nuestro legado musical.

Es delicado rescatar una obra del periodo franquista, pero en la hora y media que dura el sainete lo que se muestra en un retrato afable de Sevilla. Curro Carreres podría haber usado el arte para reflexionar sobre el pasado o reescribir la historia desde la mirada contemporánea. Sin embargo, ha decidido mostrarnos la obra bajo el mismo concepto que la concibió Sorozábal: casi atemporal, heroica para la figura protagonista de Reyes y como un hermoso retrato costumbrista.
Aunque la música no llega a la calidad de las obras del “panteón de la zarzuela”, números como la Romanza de Reyes al final del primer acto o la Habanera con la que arranca el segundo cuadro bien justifican la restauración de este sainete. Otros números menos interesantes desde el punto de vista del canto tienen un importante poso popular que, combinado con los excelentes números de danza coreografiados por Antonio Perea, ofrecen un gran espectáculo que invita a querer volver a ver el sainete completo desde el mismo momento en el que se baja el telón.
El mérito es, por lo tanto, más del equipo de Carreres y el enorme cariño que se nota que se ha volcado en esta obra que de su propio autor, Sorozábal quien probablemente nunca imaginó que su sainete renacería algún día con tanta pompa. También ha ayudado a llenar el teatro el excelente reparto que se ha conseguido para dar voz a los numerosos personajes que pueblan esta Sevilla de Sorozábal. Destaca el trío principal formado por Fernando, Reyes y José María interpretados por Ángel Ódena, Berna Perles –Carmen Solís no pudo actuar en la función del 30 de enero– y Andeka Gorrotxategi. Nombres bien conocidos en los escenarios españoles a los que Sorozábal regala a cada uno un número solista y un par de dúos. A Fernando hay que añadirle además su entrada en la que Ódena destacó con un chorro de voz potente unos graves firmes y con peso y matices elegantes. Berna Perles comenzó un tanto engolada y con problemas de proyección que desaparecieron por completo, por suerte, al llegar su Romanza en la que nos supo brindar un abanico de emociones a través de su canto versátil. La voz de Gorrotxategi impuso en el primer acto por su potencia, pero llegó a su Romanza con esta gastada y no pudo lucirse.
La pareja cómica de Angelillo y Micaela interpretada por Ángel Ruiz y Anna Gomá fue la que más destacó. A su canto ágil y preciso debemos añadir el componente interpretativo y, por supuesto, la coreografía que elevó el interés de los números musicales con nombre de danza: la farruca, las sevillanas y el pasodoble torero, hasta convertirlos en la insignia de este sainete tal y como hemos podido ver en los fragmentos con los que se ha publicitado la obra. Sin duda, son por su agitado movimiento escénico y las pegadizas melodías las partes del sainete que durante más tiempo quedarán en la memoria del público.
No puedo terminar la crítica musical sin mencionar al coro masculino dirigido por Antonio Fauró que nos brindó una nostálgica y vocalmente muy equilibrada Habanera. El cantaor Jesús Méndez, si bien hizo una excelente interpretación, se convierte en un elemento un tanto chirriante que nos saca completamente de la ambientación y nos traslada a los certámenes flamencos de Granada o al Madrid de los tablaos y cafés cantantes. Es más que suficiente flamenco y popular el rasgueo de la guitarra, las cadencias frigias del oboe o la fanfarria de metales para recrear el paisajismo musical.