Hace meses que los melómanos valencianos tenían señalado en sus agendas el 6 de abril. El día en el que José Rafael Pascual-Vilaplana debutaría con la Banda Simfònica Municipal de València. Esto no tendría por qué ser noticia, o al menos no tan relevante, ya que el alicantino lleva una amplísima carrera de más de cuatro décadas sobre los escenarios, pero, sobre todo, porque desde hace una década es director titular de la Banda Municipal de Bilbao y desde 2018 también de la de Barcelona. A todas luces, una situación anómala que necesitaba reparación. Para más inri, es uno de los máximos defensores de la identidad de la banda de música y su propio repertorio, a lo que añade que “es una herramienta de futuro que permite hacer la música más diversa”. En consecuencia, el programa titulado “Expressió mediterrània” sirvió para mostrar las posibilidades expresivas de este tipo de conjuntos, tanto en el ámbito programático como en el especulativo.

Banda Simfònica Municipal de València © Live Music Valencia | Palau de la Música
Banda Simfònica Municipal de València
© Live Music Valencia | Palau de la Música

Contestania ibérica, de Egea Insa, encaja en el primero. Su carga genética, en parte de los grandes poemas sinfónicos orquestales y en parte de la música del péplum, favorece la aparición de los tópicos del género: naturaleza rapsódica, solos de carácter (fagot-jefe tribal, flauta-sacerdotisa-dama), percusiones étnicas que —junto al oboe-chirimía— aportan un aroma oriental, uso de la modalidad, disonancias para los pasajes aguerridos y un final entre apoteósico y esperanzador. En definitiva, una forma de inventar un pasado sonoro que en este caso remite a la Contestania anterior a la romanización. No obstante, Pascual-Vilaplana, más pendiente de la expresividad que del espectáculo, dio continuidad a las secciones instrumentales en un discurso coherente. También aprovechó el color de la aleación formada por vocalizaciones emitidas por los propios músicos y el sonido de sus instrumentos. Un recurso frecuente tanto en la música para banda de los últimos decenios como en la de Miklós Rózsa, por ejemplo.

El segundo bloque del concierto estuvo dedicado al recuerdo de los efectos de la dana del pasado 29 de octubre. Aigua, fang i sol, de David Pont, es una página descriptiva en la que los solistas expresan a dúo —a veces vertiginoso— diferentes estados de ánimo vividos durante aquellas jornadas: impotencia y desolación, pero también generosidad y solidaridad, según las notas del propio Pascual-Vilaplana. A los brillantes solistas, Honorio Muñoz a la trompa y el propio Pont al trombón, se les unió una entregadísima Belén Roig con el enardecedor grito de “Visca València!” (¡Viva València!). En esta parte, la amplificación afeó un tanto su sonido, aunque bien es verdad que no se pretende que sea bonito, dada la masa que la acompaña y el momento en el que se desenvuelve: el fragor de una compleja malagueña. Un palo que aquí no se toma del flamenco, sino del folclore valenciano y por tanto dota a la pieza de un marcado carácter identitario. En esta línea, siguió Song for València. Un tema de Santi Miguel creado con fines solidarios.

Con la suite Del color de las mareas, de Fayos-Jordán, las cualidades de la Banda Municipal subieron varios peldaños. Fayos entra en el grupo de compositores que aborda la creación desde la especulación. En cada partitura indaga sobre cómo modificar los parámetros musicales para crear algo nuevo. Esta pieza, ciertamente, pertenece a una fase incipiente y menos abstracta de su producción, pero en ella ya se encuentra, entre otras cosas, la influencia del espectralismo. El trabajo de director y músicos fue minucioso. Lograron transmitir la sensación del agradable oleaje de “El despertar de la bahía”, producto de la fusión de soplidos y sonido. “Senderos de Poseidón” tuvo la adecuada calidad acuosa y estuvo logradísima la traslación mediante ecos y repeticiones del efecto de la refracción lumínica que se produce en el agua (bellísimas las de corno inglés y saxo soprano). El clímax, bien construido, resultó ampuloso y noble. El tercer movimiento, “De Sorolla y la luz”, quizá sea la parte más efectista, pero el director, de nuevo, favoreció la contención frente al exhibicionismo. La energía sonora y rítmica necesarias estuvieron, la gracia del mar espumeante y refulgente también, y sobre todo, la precisión y fortaleza de la sección repetitiva del final que parece influenciada por la música de John Adams.

Concluyó la mañana con la marcha mora, Tarde de abril, un homenaje a su autor, Amando Blanquer, que el 5 de febrero hubiera cumplido noventa años. Pascual-Vilaplana, que fue alumno suyo, rememoró en su agradecimiento final una de las máximas del maestro. La que señala la responsabilidad de los músicos para hacer mejores a quienes los escuchan. Una lección que buena falta hace, visto el mundo que se nos está quedando.

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