La Orquesta Sinfónica de Galicia y Nuno Coelho plantearon un atípico viaje en el tiempo que se abrió con la música de una de las voces más perdurables de las corrientes renovadoras que florecieron en Europa tras la segunda gran guerra, Bernd Alois-Zimmermann. Tras ella nos trasladamos al siglo XIX con un concierto románticos prototípico, el Segundo de Saint-Saëns, y cerramos la noche en el siglo XVIII de la mano de la Sinfonía núm. 60 de Haydn. Antes, Coelho se dirigió al público para ofrecer unas pinceladas sobre el programa. Es loable su intento de aportar cohesión al menú, pero resulta discutible su visión del humor como hilo conductor a las obras de Zimmermann y Haydn. Me temo que esto predispuso al público a buscar en Giostra gionevose un inexistente humor y, lo que es peor, en el caso de Haydn las explicaciones fueron un “spoiler” de las bromas que su sinfonía encierra. No extrañó ver a algún asistente taparse los oídos intentando preservarlos de esta inesperada irrupción. Aquellos que deseasen contar con información previa, la tenían en las excelentes notas de Julián Carrillo.

El director portugués Nuno Coelho © Elmer de Haas
El director portugués Nuno Coelho
© Elmer de Haas

Es de justicia decir que tan pronto Coelho cogió la batuta, olvidamos al momento su incursión divulgadora, y disfrutamos de esas cualidades que han hecho de él una figura habitual en los auditorios peninsulares. Su exquisita técnica, su profundización en las partituras que se refleja en continuas y precisas indicaciones; una magnífica definición de los planos sonoros y, no menos importante, una elegancia en el pódium alejada de afectaciones y divismos. Giostra genovese, para muchos un amable collage musical, no es música complaciente. De hecho, es un anticipo a la tragedia que años después supondrá Roi Ubu. Coelho transmitió el desarraigo de esta música, muy especialmente en la Moresca, un auténtico galimatías musical, en el que los músicos se mostraron igualmente lúcidos, recreando de forma descarnada las provocadoras disonancias. Estas fueron demarcadas por dos hermosas Pavanas con protagonismo de arpa, guitarras y mandolina. El ácido Finale recuperó las sensaciones de los movimientos impares. Música inquietante para tiempos de zozobra.

El Concierto núm. 2 de Saint-Saëns fue el plato fuerte de la noche. Recuerdo la interpretación de Rafał Blechacz y Víctor Pablo Pérez, hace doce años; técnicamente perfecta, pero que nunca llegó a profundizar en los abismos emocionales de la obra. Ésta encontró en Denis Kozhukhin su intérprete ideal. Su técnica abrumadora, su amplia gama tonal y su articulación poderosa, convirtieron la interpretación en una exploración fabulosa del inagotable material temático que Saint-Saëns pone en juego. Sin embargo, Kozhukhin no se mostró lúcido en la sobrecogedora bachiana introducción, ni tampoco en el melancólico primer tema. Pero con la llegada del animato el león salió de su jaula y la emoción alcanzó un alto voltaje, sólo resuelto con la lapidaria reaparición en fortissimo del tema inicial. Máxima velocidad y claridad en el Allegro scherzando con unos leggieramente fluidos e integrados en la receptiva orquesta. El Presto, construido sobre una furiosa saltarella sobre macabros ostinatos de los violines, fue electrizante y el retorno de la introducción sobrecogedor. Gran éxito al que el solista respondió con un inefable Bach-Siloti.

Haydn supuso una reconfortante y divertida conclusión gracias a los constantes guiños y bromas, como los contrastes en el Adagio entre las líricas cuerdas y las abruptas fanfarrrias de las maderas, y por supuesto la gran broma del Prestissimo, interrumpido con la afinación de los músicos. Su carácter cómico no fue sin embargo muy conseguido. Pero en su conjunto fue una vibrante y contrastada interpretación, llena de matices por parte de las maderas -escasamente representadas - y unas excelsas cuerdas. Dado lo sublime de la interpretación, hubiera sido deseable que en el Adagio se hubiesen situado los violines antifonalmente, enfrentados primeros y segundos, para poder sumergirnos más aún en su hermosísimo diálogo.

****1