Una vez más el Ciclo de Grandes Intérpretes del CSIPM de la Universidad Autónoma de Madrid nos propone un concierto monográfico dedicado a un compositor clásico entre los clásicos, en este caso Mozart, y concretamente el Mozart vienés con obras que se sitúan entre 1782 y 1788. Un Mozart ya maduro y en el que además, como se mostró en algunas de las obras, se iban incorporando y recuperando elementos contrapuntísticos, que enriquecían su lenguaje aún más. Y no había mejor forma de apreciar este escorzo del compositor salzburgués que con la Concertgebouw Chamber Orchestra y Ronald Brautigam. Las primeras partes de la sección de cuerda de la legendaria orquesta de Ámsterdam y el pianista holandés componían una entente prometedora, que no defraudó bajo ningún aspecto.

Ronald Brautigam y la Concertgebouw Chamber Orchestra © CSIPM
Ronald Brautigam y la Concertgebouw Chamber Orchestra
© CSIPM
El concierto se abrió con la Pequeña serenata nocturna K525, cuyo movimiento inicial es tan célebre que incluso podría recordarnos al tono de algún móvil de hace unos años. Y digo esto porque, más allá de la ironía, frente a piezas tan conocidas siempre se anida el riesgo de una ejecución sin nada nuevo, manida y, al fin y al cabo, aburrida. Pero no fue así en esta ocasión: sus intérpretes, en su mayoría de pie, devolvieron a la sala un sonido cálido y ligero a la vez, un fraseo de suma elegancia pero sin perder la chispa que requiere esta música, así como una gama de dinámicas muy amplia, que iba desde las sutilezas del pianissimo hasta un sonido de considerable robustez, teniendo en cuenta de que se trataba de un orgánico de unos 15 músicos. Estas características estuvieron presentes en todos los movimientos de la obra, dotando a cada pieza su propia personalidad.

Posteriormente ingresó Brautigam para interpretar el Concierto para piano núm. 12, K414. En esta ocasión, no tuvo frente a sí un fortepiano, sino un piano moderno, pero con el que consiguió plasmar sonoridades más cercanas a un instrumento de época, incluso reforzando el bajo en los pasajes de tutti del conjunto instrumental, con un sonido abombado, usando el pedal unicordio. El entendimiento entre el solista y el resto del orgánico fue ejemplar, tanto en los equilibrios de dinámica y fraseo, como en la intención que se quería imprimir a cada movimiento: brillante y solemne en el primero, de incomparable lirismo en el segundo y vivaz en el tercero. Tras el descanso, la Concertgebouw Chamber Orchestra nos ofreció el Adagio y Fuga, K546 con la implicación que el mejor Mozart merece. Es una página breve, pero compleja, en la que Mozart se sumergió en el mundo del contrapunto y que estos excelentes músicos expusieron sosegadamente, pero con un intensidad creciente hasta su culminación. Volvió entonces Brautigam para dar vida al Concierto para piano núm. 14, K449, compuesto un par de años después del concierto anterior. Sin duda, las pautas y la calidad se mantuvieron al nivel de la primera parte, aprovechando además las intuiciones y matices propios de la obra. Brautigam plasmó una sonoridad algo más contundente, indicando la dirección hacia los últimos conciertos mozartianos, mientras que el Andantino central se tiñó con delicadeza de ese clima prerromántico que late en ciertas páginas del compositor salzburgués. Finalmente el Allegro final puso en evidencia ese tejido contrapuntístico, sacado a relucir en la obra precedente. Una vez más todo sonó equilibrado, expresivo y sin atisbo de estridencias.

La velada resultó ser un dechado de buen quehacer, inteligencia musical y unos intérpretes de altísimo nivel, siendo la música de Mozart el mejor ejemplo de la síntesis entre vivacidad y profundidad que nos transmite una sensación de vitalidad y libertad. Por ello, pareció además ser el homenaje perfecto para Francisco Tomás y Valiente: Música por la paz –así recitaba el programa de mano– y un rayo de luz en los días oscuros que está viviendo Europa. 

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