Probablemente ante las "interrupciones" (e incluso algún que otro "susto") que habitualmente sufren las obras interpretadas en el Auditorio Nacional, provocadas, en su mayor parte, por whatsapps o llamadas recibidos en pleno concierto o, su versión más "light" y consentida, las famosas toses del público de este auditorio, para esta ocasión se optó por una breve pero eficaz intervención. Desde el podio, el conocido actor Miguel Rellán instó al público a activar el modo avión en el móvil para así evitar esos ruidos incómodos que, a modo de "plaga", solían inundar las salas de concierto. Fantástica iniciativa en lo que a los móviles se refiere. Lo de las toses… ¡Ay! Lo de las toses, ya es otro "cantar".
Inauguró la velada Nelson Goerner, quien interpretó junto a la Orchestre de la Suisse Romande el Concierto para piano núm. 4 de Beethoven con un cuidado exquisito. La obra, que deja entrever el dominio compositivo del maestro de Bonn y la evolución y revolución en lo que a experimentación técnica del instrumento se refiere, exigía, tanto al pianista como a la orquesta, equilibrio y balance sonoro no sólo en su conjunto, sino también en su discurso individual. Este equilibrio en los diálogos establecidos entre ambas partes fue la marca a lo largo de la interpretación. Infinitas escalas, arpegios y trinos del solista que, ya desde el primer movimiento, Allegro moderato, demostraban su dominio técnico; un segundo movimiento, Andante con moto, caracterizado por el contraste entre la dulzura, el intimismo y la poesía del piano y el intimidatorio y acusador carácter de la orquesta perfectamente conseguido; y un Rondo: Vivace que alcanzó la cumbre final siendo recogido con exageradísimas ovaciones. La obra, considerada en la época como "admirable" o "singular", curiosamente sería renegada al olvido hasta que tras más de veinte años, Mendelssohn la volviese a incluir en su programa de concierto. En esta ocasión, la recepción reconoció su singularidad y la ovación fue tan grande que el pianista se vio "obligado", ante los calurosos aplausos, a ofrecer un bis que, con tanto control técnico, casi nos dejó helados en su interpretación del Nocturno en fa menor Op.55, núm. 1 de Chopin.