Si en más de una ocasión has preferido el sonido de tu equipo de audio a la experiencia del directo; te da pereza aguantar el ruido de las toses, la cola de la entrada, el entusiasmo o el sueño del que tienes al lado. Si quizá disfrutas escuchando lo que ya conoces o por otra parte prefieres sorprenderte con cosas nuevas, te damos la bienvenida a este artículo en el que no damos las respuestas, pero sí unas cuantas explicaciones para que las puedas encontrar.

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© Jace Afsoon | Unsplash

La música, como el resto de artes, es un lenguaje simbólico, útil y valioso que busca, por principio, conmovernos, enseñarnos y entretenernos. Dependiendo de la época, de su función, de nuestro gusto particular y de los medios al alcance para escucharla, encontramos en la música un buen equilibrio entre esos principios o un porcentaje variado de cada uno de ellos. Eso es lo que hace que una misma pieza cause diferentes efectos en las personas. Además, cuando un compositor pretende que su música sea algo más que un entretenimiento, trata de desarrollar los elementos y parámetros musicales para que generen un interés auditivo y una admiración que sobrepase el gusto de la época en la que se produjo.

Sin embargo, frente al resto de las artes, la trascendencia de la música reside en la capacidad innata que tenemos los seres humanos a la hora de sentirnos atraídos hacia el sonido y, también, en la tendencia que desarrollamos para retener lo que escuchamos, tratando de reproducirlo con nuestros propios medios, como la voz o la percusión corporal. De hecho, si no hay un problema físico o psicológico que lo impida, todos tenemos oído musical, ya que es una parte específica del sentido del oído que, como todos nuestros sentidos, memoriza experiencias que nos ayuden a detectar peligros, pero también a disfrutar de los placeres de la vida. 

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© Kazuo Ota | Unsplash

Si eres capaz de diferenciar una pieza que te gusta de una que no, darte cuenta de que alguien está desafinando, reproducir un poco con tu voz una melodía que se te ha enganchado… ¡enhorabuena, tienes oído musical, aunque no hayas estudiado música! Esta característica de nuestro sistema auditivo tiene una formación mucho más simple de lo que parece y está al alcance de todos. Sin duda, los músicos profesionales desarrollan unos niveles de precisión, tolerancia y resistencia auditiva muy elevados para poder escuchar el resultado sonoro de la lectura de una partitura, tocar en conjunto, componer o improvisar. Pero se puede llegar a tener un buen oído musical conociendo los pilares que sustentan su funcionamiento.

El primero es saber que se fundamenta en dos capacidades que todos tenemos: expectativa y memoria. La expectativa es aquello que nuestros sentidos prevén que va a pasar antes de que ocurra. Dependiendo de la formación musical de cada individuo, la expectativa del oído musical tiende hacia uno de estos aspectos: cuando se cumple, o bien genera una enorme satisfacción por la sensación de estabilidad y seguridad de algo conocido, o bien deja una sensación de aburrimiento porque se percibe como algo poco sorprendente; cuando no se cumple, la música puede resultar frustrante porque no hay elementos que se puedan prever o, por el contrario, crear un interés hacia aquello que no se esperaba con el fin de registrarlo. Por esta razón no es lo mismo escuchar una canción de Michael Jackson que un concierto de Vivaldi, no solo por la diferencia de instrumentos, sino también por la familiaridad que tengamos con su sonido. La expectativa auditiva que cada persona haya cultivado escuchando mucho o poco estos autores modifica nuestra manera de percibir sus obras y nos conecta de una forma muy directa con nuestras propias emociones. Además, la influencia de tener asociada esa música a una situación significativa que nos recuerde algo de nuestras vidas hará que lo percibamos con una expectativa diferente a los que lo hayan sentido simplemente como hilo musical.

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© Srihari Kapu | Unsplash

La memoria es la capacidad de recordar y registrar la información que retienen nuestros sentidos. Es imprescindible para desarrollar un oído musical interesado y crítico que nos mantenga conectados con el sonido. Es tan potente, que todos los estudios sostienen que personas con enfermedades que afectan a la memoria, como el Alzheimer, cuando escuchan una música que fue significativa en su vida, son capaces de evocar y describir los recuerdos y sensaciones que experimentaron en aquel momento. Pueden decir los nombres de las personas con las que estaban, dibujar el lugar, recordar el ambiente e incluso un olor. Todo ello porque la memoria musical no es solo auditiva, es también visual y cinestésica, por tanto, es la conjunción del sentido del oído, la vista y el tacto. Bailar, cantar, tocar un instrumento o asistir a un concierto son actividades que impactan en nuestra memoria musical porque implican estos sentidos y activan un grupo mayor de conexiones cerebrales que combinan tanto la parte más racional como la más intuitiva y creativa. La emoción de una experiencia musical significativa puede dejar una huella imborrable en nuestro cerebro.

Mejorar la expectativa y la memoria de nuestro oído musical no es difícil, solo requiere tolerancia para escuchar cosas nuevas, resistencia para comparar y argumentar por qué hay músicas que son fundamentales o indiferentes para nosotros, y predisposición para aprender de la experiencia pase lo que pase. 

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© Kazuo Ota | Unsplash

El segundo principio es que la música es una manifestación artística, en concreto, un arte escénica. Como todas las artes, su conocimiento amplía nuestro nivel de percepción. Algo que se puede conseguir no solo conociendo el contexto histórico social en el que se produjo, sino también planteándonos preguntas muy sencillas sobre el propio lenguaje musical. ¿Qué instrumentos suenan? ¿En qué se parece o se diferencia de otras que son parecidas? ¿Las repeticiones que he escuchado son exactamente iguales o cambia algún elemento? ¿El ritmo de mi balanceo es con tres pulsos como un vals o con cuatro pulsos como un pasodoble?

También es importante saber que, aunque tengamos muchos medios de reproducción a nuestro alcance, no hay nada comparable con la experiencia de un concierto en directo. La mayoría de los géneros musicales no fueron pensados para ser grabados, sino para escucharlos en un escenario y el oído musical no es solo oído, sino también vista y tacto. No nos referimos solo a la música académica (sinfonías, óperas, música de cámara...) que en un auditorio con buena acústica proyecta su enorme potencial sonoro, sino también a la música tradicional y folclórica (bailes y cantes de todas las regiones) y a otros géneros musicales como el jazz, el hip-hop o las sesiones de DJ que tienen una excelente capacidad de improvisar para unir el latido del público a través del ambiente sonoro que generan. 

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© Matt Palmer | Unsplash

Algunos trabajos muy valiosos sobre neurociencia como los de Daniel J. Levitin, Tu cerebro y la música, u Oliver Sachs, Musicofilia, explican la relación de nuestro cerebro con la música y ponen de manifiesto cómo las actividades colectivas, incluso con personas que no conocemos, sirven para empatizar y aumentar nuestra experiencia emocional. La música, en la actualidad, podemos vivirla como un hábito íntimo y personal en cualquier lugar, aun rodeados de personas, aislados con nuestros auriculares. Sin embargo, es relevante saber que si la memoria nos falla solo recordaremos aquellas músicas que pudimos compartir con otros y experimentar con el oído, la vista y el tacto. Esta capacidad de percibir un estímulo y procesarlo a través de varios sentidos se denomina sensopercepción y nos proporciona una experiencia más consciente y duradera. 

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© Susan Wilkinson

Por eso, la música, escuchada con un oído musical que tenga interés y preste atención no es solo una fuente de entretenimiento, sino también de enriquecimiento personal y colectivo.