Roberto González-Monjas hizo su última aparición de la temporada actual de su Sinfónica de Galicia coincidiendo con la presentación de la próxima temporada 24-25. El próximo programa de abono incluirá 24 presentaciones con una destacada presencia de la música de Mahler y Bruckner. Sin embargo, la participación del director titular será limitada; después de dirigir cinco conciertos, concluirá su participación el 1 de febrero. Es una verdadera lástima, ya que, como demostró en el programa actual, su presencia siempre garantiza un éxito rotundo, tanto por la selección de las obras como por los resultados musicales obtenidos. Monjas tiene una amplísima cultura sinfónica, que le permite diseñar programas variados y creativos, que suelen incluir tres o cuatro piezas. En esta ocasión, elaboró un recorrido ameno que comenzó con las populares, Pavana de Ravel y el Concierto para violonchelo de Elgar, y se continuó en la segunda parte con una significativa incursión en un más infrecuente repertorio: el seminal Concierto para orquesta de Witold Lutosławski.

Roberto González-Monjas © Orquesta Sinfónica de Galicia
Roberto González-Monjas
© Orquesta Sinfónica de Galicia

La interpretación de la Pavana para una infanta difunta de Ravel, serena y contemplativa, teñida con un toque de melancolía, fue un excelente preludio que conectó de manera fluida y natural con el emotivo inicio del Concierto para violonchelo de Elgar. Como solista, Pablo Ferrández. Sus raíces gallegas, y por supuesto su talento, hacen de él un asiduo en las programaciones de la OSG; sin embargo, no había tenido todavía ocasión de disfrutar su Elgar. Aunque en ocasiones se ha criticado en sus interpretaciones una hipotética falta de entrega emocional, en Elgar esto sería impensable, desplegando una concepción intensa y profunda, desde el inicio hasta el final, exteriorizando una perfecta fusión entre la introspección y la expresión del espíritu de la obra. Ferrández dominó el escenario con su solvencia técnica, moviéndose como pez en el agua a pesar del tiempo uniformemente vivo marcado por González-Monjas, quien extrajo lo máximo que pudo del discurso orquestal. Ferrández no tuvo problema lidiando con la orquesta, gracias al poderoso sonido que extrae de su instrumento, enriquecido por un timbre potente y rico en armónicos y matices de color. Tras el merecido éxito, ofreció Bach como regalo. A pesar del aliciente, incluso el atemporal Bach puede llegar a ser víctima de tanta reiteración.

El punto culminante de la noche fue el Concierto para orquesta de Lutosławski, una de las más destacadas obras sinfónicas de la segunda mitad del siglo XX, en la que el compositor demuestra su inmenso talento como orquestador y melodista, dando vida a texturas sumamente sugerentes e imaginativas que, años más tarde, cristalizarían en su referencial ciclo sinfónico. Para aquellos de nosotros que amamos esta música, fue una oportunidad para redimirnos de la primera presentación de la obra por la OSG, hace siete años, la cual resultó ser una interpretación fallida. González-Monjas demostró tener el talento, la magia y la devoción de los músicos de la OSG necesarios para dar vida a una versión trascendental, en la que el virtuosismo y la inspiración de la obra brillaron al máximo. Monjas, apoyado en una exhibición técnica de la orquesta, dio vida de forma impactante a las densas texturas polifónicas y al sofisticado contrapunto rítmico de Lutosławski, creando al mismo tiempo una narrativa cohesionada y de profundo contenido emocional. La ovación final fue testimonio del profundo impacto que la magnífica interpretación produjo en la audiencia. Una nueva prueba de la magnífica conexión emocional que Monjas ha establecido entre los músicos y su público.

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