Uno de los elementos que más ha favorecido la afortunada recepción de La Pasión según San Lucas desde su estreno en 1966 hasta nuestros días es, sin duda, su capacidad de comunicación. Marzena Diakun, nueva y flamante directora titular de la ORCAM, lo sabe y demostró su habilidad para aprovechar las posibilidades dramáticas y narrativas que ofrece la partitura en su presentación en la sexagésima Semana de Música Religiosa de Cuenca. Durante los setenta minutos que duró su interpretación, mantuvo en vilo a los oyentes.
Penderecki, en esta composición, recurrió a una fórmula que ya le había cosechado grandes éxitos, moderando un tanto el carácter experimental exhibido en piezas como Treno a las víctimas de Hiroshima. Los principios aplicados en esta Pasión son los mismos: dodecafonismo, atonalidad, indeterminación y articulación de la instrumentación en base a bloques sonoros bien definidos. La recurrencia a un argumento, a partir de textos religiosos, obligaba al compositor a emplear en la parte vocal una serie de recursos aportados por las denominadas técnicas extendidas, que permiten la proliferación de emisiones y timbres variados: glissandi, falsetes, susurros, siseos, murmullos, ululaciones, risotadas, gritos, silbidos o recitados de letanías. Completan la pauta un sencillo homenaje a Bach, en forma del motivo sib-la-do-si, equivalente musical a las letras del apellido en la notación germánica, y partes de canto monódico y algunas palabras o locuciones dispuestas sobre acordes tonales. Éstos reafirman el mensaje último: Gloria (“Stabat Mater”, n.º 24) y Domine, Deus veritatis, en la cadencia final, de la misma manera que el autor había escrito en Polymorphia y un Stabat Mater anterior. Todo ello es estructurado sobre la alternancia de pasajes introspectivos, en los que se detiene la acción, y pasajes cinéticos, en los que avanza la acción, marcados sensiblemente por la directora con cambios en la velocidad.
De esta manera, el pétreo bloque sonoro formado por metales, cuerdas graves y percusión sirvió de preparación al arresto de Jesús (n.º 5). Primer hito. Más tarde llegaría la burla ante el Sumo Sacerdote (n.º 10), en la que la orquesta sonó tumultuosa; la increpación sonora que representa la presentación de Cristo ante Pilatos (n.º 13); los improperios de Jesús a su pueblo (n.º 16) y la crucifixión (n.º 17), precedida por una serie de clusters en la sección grave de la cuerda y percusión. En la orquesta, contrabajos, chelos y violas confirmaron su prestancia y las texturas producidas por los violines en pasajes indeterminados agudos (n.º 16) tuvieron mucho interés. Soportándolo todo, a modo de bajo continuo, la contundencia del órgano y el armonio.
Diakun también fue eficaz en el manejo de la masa vocal, sección que soporta el peso de la obra en su mayor parte. Formada por los coros de la Comunidad de Madrid, de la Radio Polaca y las Jóvenes Cantoras de la JORCAM, sus miembros personificaron las masas enfervorecidas, las turbas, que, según la tradición, clamaron contra Jesús antes de ser crucificado. Desde el grito inicial “Crux”, compacto, poderoso y desgarrador, la colocación de los coros en tres secciones en el fondo del escenario y en los laterales altos del patio de butacas, produjo el efecto envolvente y estereofónico que se persigue. Los tres conjuntos siempre fueron uno en empaste, timbre y estilo.
En el cuarteto solista, Olga Pasiecznik lució un sonido bien proyectado, grande cuando fue necesario, de bonito color y gestualidad comedida pero dramática. Comenzó las vocalizaciones de su primera aria, “Domine, quis habitat” (n.º 4), desde la nada y cuidó mucho las caídas del sonido en cuartos de tono. Con las flautas formó un bloque en esta misma parte, generando una textura muy atractiva, y fueron conmovedoras sus lamentaciones en “Ierusalem” (n.º 11). El barítono Enrique Sánchez, aunque con una presencia escénica poco expresiva a lo largo del drama, encarnó bien la angustia que debió sentir Jesús ante la sentencia de muerte (“Et surgens omnis”, n.º 13) y estuvo lamentoso cuando se aclamó al Padre (“Pater, dimitte illis”, n.º 19). El bajo Łukasz Jakobski mostró un sonido equilibrado y compacto. Matizó las diferencias que existen entre los distintos personajes que tuvo que representar: Pedro, Pilatos y uno de los malhechores que acompañaron a Jesús en la cruz. Por su parte, Ángel Sáiz, dominando la prosodia latina, fue un entregado y expresivo Evangelista. Otro aspecto que llamó la atención fue el carácter de concertante que Diakun confirió a la última sección (n.º 27). El público, que casi llenaba el auditorio, salió satisfecho. Convencido de que le habían contado una gran historia.
El viaje y alojamiento en Cuenca para Daniel Martínez ha sido facilitado por la SMR.