La etiqueta Sinfonismo crespuscular, que identifica algunos de los conciertos de esta temporada de la Orquesta Nacional de España, nos remite a un periodo bastante concreto, a unos tintes foscos y sombríos, y a un imaginario que puede tomar elementos de fantasía, fundamentalmente para deformarlos por una subjetividad que empieza a destapar su abismo. En pintura podría verse representado en Friedrich, Füssli o el Goya de las pinturas negras y en música, sin duda, en las dos obras traídas en esta ocasión por David Afkham y Javier Perianes.

El Concierto núm. 1 para piano de Brahms es una composición oscura, juvenil, pero atormentada, y requiere buenas dotes de equilibrio y mesura para plasmar una lectura que no resulte disparatada; precisa de un pianista capaz de confrontar la orquesta sin ánimo de revancha, porque es una dialéctica –especialmente en el primer movimiento– que no tiene vencedores. Tras la extensa introducción orquestal, Perianes atacó con serenidad, despejando el dramatismo anterior. El onubense ostenta un toque ágil, siempre matizado en las sonoridades, dando lo mejor de sí en los registros más suaves. Por ello, alejado de todo heroísmo, la lectura de este concierto se hizo amable, con una orquesta más bien volcada en calibrar sus intervenciones y permitir la diáfana interpretación de Perianes. Este consiguió su momento más logrado en el segundo movimiento, con un desarrollo transparente de interesantes inflexiones dinámicas y un diálogo bien enhebrado. El Rondó final fue coherente con la visión anterior: animado en el tiempo, fluido en la articulación, tal vez demasiado ligero en cuanto a intensidad dramática. Esto es algo que percibimos de manera constante y que se puede achacar a un intento de moldear la obra al pianismo más sutil de Perianes. Tal vez no sea el enfoque al que estamos más acostumbrados, pero no dejó de ser interesante al realzar detalles y filigranas que en lecturas más contundentes pasan desapercibidas.
Para la segunda parte, Afkham reservaba la Sinfonía núm. 4 en do mayor de Franz Schmidt, una obra que se programa escasamente, pero que encajaba bien con la atmosfera crepuscular. Se trata una composición tardía en su carrera, de los años treinta, que bebe de las fuentes de Bruckner, Mahler o Strauss. Tiene una interesante escritura, bien cincelada, pero carece de algo que la haga especialmente memorable, tal vez sea el hecho de que el tratamiento cíclico del material desemboca en una cierta monotonía. Aun así, es una obra exigente para la orquesta y sirvió para que Afkham diera una notable prueba del estado de salud del conjunto. Desde el punto de vista tímbrico, las secciones sonaron bien empastadas, tanto entre sí, como las unas con las otras, especialmente en la sección de cuerda, donde se daban los elementos más interesantes. Alguna arista se percibió en el viento metal, que protagonizó ciertas intervenciones solistas. Afkham articuló con maestría la gama de dinámicas, sabiendo sonsacar claridad a una escritura densa, y refrenó algunos excesos para equilibrar la estructura de una sinfonía que dura más de 40 minutos sin solución de continuidad entre sus movimientos. Resultó ser una sugestiva muestra de un repertorio –el postrero tardorromanticismo ya en el siglo XX– en el que Afkham está profundizando y que conlleva un dominio de la gran orquesta cada más logrado.
Una vez más, la ONE ofreció un concierto de nivel notable, por un lado por la participación del excelente Javier Perianes, quien nunca deja indiferente en sus interpretaciones y, por otro, con una página ilustrativa de un cierto Zeitgeist y que ratificó el intenso trabajo de Afkham con la orquesta.