El concierto en Madrid de la gira española de la Orquesta Sinfónica del Teatro Mariinsky capitaneada por Valery Gergiev nos presenta dos miradas opuestas: la de la música pura de Brahms y el programatismo de Strauss sobre un mismo concepto, la heroicidad. La figura del héroe es una constante en la narrativa europea desde que comienza a desarrollarse el género de la “epopeya” allá en la Sumeria del segundo milenio antes de Cristo. Desde entonces todas las artes han tratado de plasmar estas figuras ungidas por lo divino tanto en los tiempos de Gilgamesh como en los de Juana de Arco. La fascinación que provoca la leyenda del héroe inspira sin duda la creación artística desde perspectivas y prismas muy diversos.

Brahms, por ejemplo, en su Concierto para piano núm. 2 en si bemol mayor nos presenta una obra en la que, desde los primeros minutos, el piano interpreta un alegato solista al que sucede un tutti de enormes proporciones sonoras tras el que se volverá a imponer de nuevo el piano tras varios compases. Nelson Goerner demostró en éstos fuerza y agilidad para dejarse posteriormente engullir por una orquesta que derrochó, en el buen sentido, fuerza y unidad. Resulta sencillo realizar el paralelismo entre la epopeya y la narrativa del Concierto de Brahms si prestamos atención a los constantes momentos de tensión que el compositor hamburgués crea. Gergiev destacó sin duda por saber ejercer la tensión justa para mantener al público en vilo sin saber si la melodía se resolvería hacia el piano o la orquesta. En este aspecto fue en consonancia con Nelson Goerner, quien también supo recrearse especialmente en un Allegro appasionato en el que el maestro optó por una interpretación más appasionato que allegro, pero que ejecutó con tal elegancia que a nadie pareció importarle la licencia. En el Andante aparece un nuevo “héroe”: el violonchelo con un solo dolcissimo. También destacó Goerner haciendo gala de musicalidad y una direccionalidad que, con el attaca al movimiento final se permitió remarcar contraste y un continuum con una tensión contante hacia el clímax final.
En Strauss pudimos apreciar en Gergiev cualidades similares a las de Brahms quizás más exageradas aún por el programatismo casi wagneriano que envuelve esta obra. Y es que es imposible hablar de música alemana de finales del siglo XIX sin mencionar al titán que revolucionó no solo la música, sino que recrea el concepto de héroe germánico que tan peligrosamente sería utilizado a lo largo del siglo XX. Pero ciñámonos a lo exclusivamente musical. La Orquesta Sinfónica del Teatro Mariinsky hizo toda una declaración de intenciones colocando sobre el escenario nada menos que seis contrabajos, manifestando así de forma clara lo que efectivamente después escuchamos: una armonía compacta y excelentemente construida desde el grave. Una vez asegurada la textura, nada estorbó a los diferentes solistas brillar sobre la orquesta: violonchelos, vientos maderas y fanfarrias de metales sonaron con precisión, pero destacó por encima de todos ellos el violín del concertino. Ligero y melodioso, marcó un precioso contraste con los amplios acordes postrománticos de la orquesta.
Gergiev supo atar los caballos en la bacanal de música que es este poema sinfónico y reservar, con muy buena mano, la tensión. Este raciocinio en el manejo de los recursos le valió un final grandioso precedido por un dúo de trompa y violín digno de recordar. Tras esta memorable interpretación de Ein Heldenleben la orquesta nos brindó, quizás por acabar con un toque más humorístico otra excelente interpretación del famoso “Scherzo” del Sueño de una noche de verano de Mendelssohn. Quizás fuera por recalcar la conexión que siempre existe entre la magia y la figura del héroe.