¿Cómo interpretar una obra que no se sabe con certeza para qué instrumento o formación fue concebida? ¿Y cómo reseñar dicha interpretación que transciende una representación de algo que bien o mal puede tener los contornos definidos? 

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El Cuarteto Casals (Abel Tomàs, Vera Martínez, Arnau Tomàs y Jonathan Brown)
© Elvira Megías | Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM)

La propuesta del Cuarteto Casals de plasmar, en disco recientemente para Harmonia Mundi y ahora sobre los escenarios, la serie de contrapuntos y cánones de Bach conocida como El arte de la fuga, encarna una mezcla de audacia y de sabiduría. Audacia porque no sabemos para qué instrumento Bach pensó esta obra, pero seguramente no para el cuarteto de cuerda, formación que en aquella época no era de uso, por lo que el intento de la formación transciende una interpretación de carácter historicista. Y sabiduría porque solamente desde una profunda interiorización de este complejo material musical se puede abordar el cometido de traspasar la enigmaticidad del papel pautado y crear el espacio de la sensibilidad que es donde cobra vida, carácter y sentimiento ese entramado de voces.

Si la impronta musical que tenemos de esta obra es la de sus ejecuciones en el teclado, la del Cuarteto Casals se antoja en los primeros números algo ajena al universo sonoro del barroco, más densa tímbricamente que en el sonido diáfano de un clave, más continuista que en el de las versiones para piano moderno, más metafísica que en adaptaciones para orquesta de cámara. Hay sin duda una voluntad de objetividad en esta versión, pero según avanza la velada percibimos que la lectura del Cuarteto Casals está lejos de pensarse como una música puramente teórica, es decir, escrita sin intención de ser ejecutada. Al contrario, detrás de lo que aparentemente es un solemne respeto por la letra, aparece un rigor intachable a la hora de restituir los equilibrios contrapuntísticos en el plano sonoro, con dinámicas muy cuidadas y un fraseo que nunca rompe la unidad de las voces. El tratamiento de las fugas se da en un fluir apacible pero que no está exento del debido contraste marcado, desde esa voz profunda y límpida a la vez del violonchelo de Arnau Tomàs hasta los impulsos de los violines de Abel Tomàs y Vera Martínez y el trabajo entre líneas, discreto pero fundamental de la viola de Jonathan Brown.

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Abel Tomàs, Aranu Tomàs y Jonathan Brown
© Elvira Megías | Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM)

Comprendemos el logro de esta síntesis entre sensibilidad y concepto, especialmente en los cánones, a dos voces, alternando la formación en dúo violín-viola y violín-violonchelo, donde la mayor simplicidad de la escritura nos permite disfrutar con cristalina luminosidad de las impecables cualidades técnicas de cada uno de los componentes del cuarteto. Destacan por su mesura, su control en el uso del instrumento que les permite emitir exactamente el sonido que quieren, y por supuesto por su compenetración que constituye el hecho recreador de que cuatro voces encuentren su fin en un instante.

Avanza la obra, se agotan todos los desarrollos temáticos que Bach parece llevar al extremo con una modernidad apabullante, y el Cuarteto Casals demuestra en cada paso como su apuesta es ganadora: no sólo por el hecho de reproducir rigurosamente el texto de Bach, sino por su capacidad de crear un espacio sensible para transmitir la obra, dándole un mundo y haciéndonos partícipes de él. M’illumino d’immenso (Me ilumino de lo inmenso) escribía el poeta italiano Giuseppe Ungaretti, quien sabe si escuchando esta obra, pero ese es el instante, el de lo inmenso, al que nos abre este mundo que surge de una partitura a cuatro voces, de combinaciones infinitas entre ellas, que Bach edificó, y que solamente en la facultad de envolvernos a través de la puesta en su ser del Cuarteto Casals alcanza su cénit.

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