Para la cuarta cita del ciclo sinfónico, la Orquesta Nacional de España tenía preparado un programa que se insertaba en uno de los ejes temáticos de la temporada, a saber, Lugares e historias, algo que alude al cruce de caminos, al mestizaje, así como a la evocación de épocas algo difusas en el tiempo. Contaba con la batuta invitada de Gemma New, que debutó espléndidamente en 2023, y el bien conocido por estos lares, Juan Floristán al piano.
El programa comenzaba con un estreno absoluto, encargo de la propia OCNE, de la compositora mallorquina Carme Fernández Vidal, Se sueña que se está soñando, alusión a un ensayo de Eugenio Trías, y que se construye justamente sobre la dificultad de aferrar la forma de la experiencia mientras ésta transcurre, algo aun más complejo en el hecho del soñar. La obra, de unos 12 minutos de duración, está vertebrada por grandes contrastes entre planos sonoros: uno más continuo, minimalista, representado por la cuerda, el arpa, la celesta y algunas percusiones, y otro más disruptivo caracterizado por el metal y otro grupo de percusión. Los dos planos discurren paralelos, se entrecruzan e interrumpen deliberadamente, hasta confluir en un desarrollo conjunto hacia el final. La interpretación de la ONE fue cuidadosa, guiada por la maestra neozelandesa quien articuló con detalle las inflexiones de la partitura, con sobriedad tanto en el equilibrio estructural como en el espectro dinámico. Cuando se trata de un estreno (o de obras de muy reciente creación), no cabe duda de que lo mejor que puede hacer el intérprete es optar por ofrecer una lectura expositiva, clara, nítida, sin querer forzar visiones propias, y este fue el caso de New. A continuación, pudimos escuchar la obra probablemente más programada de Copland, la suite para orquesta de Primavera apalache, en una lectura no especialmente expansiva (salvo en los últimos números), de tímbrica algo áspera en la cuerda y tempi muy dilatados. Atmosfera aquí también bastante onírica en las piezas más lentas, queriendo, en cierta medida, evidenciar una conexión emocional con la obra anterior, aunque con un proceder más bien laxo, sin demasiada tensión armónica.
Tras el descanso, Floristán se sumaba al conjunto sinfónico para ofrecer la Rhapsody in Blue de Gershwin. Obra muy instalada en el imaginario colectivo, aunque más en la orquestación sinfónica hecha por Grofé que por la versión del propio Gershwin para big band, es compartida por pianistas clásicos y jazz, dando lugar a versiones personales y variadas según quien acometa la tarea. New y Floristán ofrecieron una lectura concertante, con el pianista sevillano brillante en el toque, desenfadado en el planteamiento y sin renunciar a cierto grado de improvisación bien dispuesta en los solos. Fueron algo precitados los tiempos en las primeras secciones y bien distendidos más adelante, así como el exposición tímbrica, más semejante a una banda de jazz al principio y más sinfónico al final, por lo que estructuralmente se manifestó cierto desequilibrio, junto con algún desajuste en algunas entradas. Cerraba el concierto el Capriccio espagnol de Rimski-Korsakov, en el que la ONE y New se regodearon en un sonido generoso, alegremente ruidoso pero preciso en cuanto a la articulación formal y la organización de tempi y fraseo, mostrando la predilección de la directora neozelandesa por la riqueza melódica y las obras de exuberante orquestación.
Se trató de un concierto agradable, no demasiado ambicioso en el planteamiento en su conjunto ni en el de las obras tomadas individualmente. Sin desmerecer a la orquesta (en un sólido nivel habitual) y los intérpretes (sin duda, notables), se podría afirmar que se trató de un programa algo falto de enjundia y hondura (con excepción de la obra de Fernández Vidal), que se tradujo en una velada entretenida y amena.

