Días después de su estreno en Boston, el 2 de diciembre de 1949, Leonard Bernstein y la Orquesta Sinfónica de la ciudad interpretaron la Sinfonía Turangalîla por segunda vez en el Carnegie Hall de Nueva York. Este hecho fue calificado por el crítico Olin Downes como “un trabajo totalmente asombroso”, dada la “endemoniada dificultad” que presenta y sus desmesuradas proporciones. Transcurridos casi setenta y cinco años desde su primera audición, la complejidad de la pieza sigue siendo máxima, por lo que escuchar una versión sobresaliente como la que firmaron Sylvain Cambreling y la Orquestra de València no deja de producir asombro y admiración, teniendo en cuenta que los ensayos escasean cada vez más en las orquestas profesionales.

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Sylvain Cambreling, dirección, Carlos Apéllaniz, piano
© Live Music Valencia

La lectura que hicieron fue más terrenal que divina, por aquello de que siempre se recurre, cuando se habla de la música de Messiaen, a su profundo catolicismo. Él mismo se definía como “creyente nato, músico y revolucionario”, pero, por más que en esta obra también estén presentes esas ideas, el sujeto no es estrictamente religioso. Combina, como bien sabe y demostró Sylvain Cambreling en su debut con la orquesta, esas dos esferas que se derivan de la influencia del Tristán e Isolda wagneriano, representado, a su manera, por los términos del sánscrito que forman el título: “turanga” y “lîla”. El primero simboliza el tiempo, que trascurre y es finiquitado entre complejos entramados rítmicos; el segundo, un carácter contemplativo cósmico sobre el que gravita la confrontación entre la creación y la destrucción, la vida y la muerte.

En la interpretación, del lado vital recayeron aspectos como la plasticidad con la que Cambreling dibujó hasta la más mínima inflexión sonora con el gesto, como movió los ostinati de las secciones rítmicas, la disciplina y atención que se percibió en el conjunto para confrontar y regular las tensiones y masas sonoras que se le demandaban y, sobre todo, un intenso aroma a despreocupada banda de swing (no escrito), que desprendió el quinto movimiento, “Joie du sang des étoiles”. En esta sección, el manejo de la tímbrica de la orquesta y el aporte de las ondas Martenot crean la ilusión de que entre la plantilla deberían de situarse unos saxofones que no existen en la partitura. Tal vez fuera esto lo que molestó tanto a Pierre Boulez como para que tachara la obra como “música de burdel”. A todo ello hay que añadir un sinfín de detalles como los filados finales en los que el director dejó morir, literalmente, el sonido (“Turangalîla I”, n.º 3), el grácil fraseo del fagot y el flautín en “Chant d’amour I” (n.º 4), el hermoso crescendo final, otra vez, en “Joie du sang des étoiles” o las cuidadas Klangfarbenmelodie o melodías tímbricas (de influencia tanto schoenbergiana como del gamelán indonesio) pronunciadas por la flamante sección de percusión.

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Nathalie Forget, ondas Martenot
© Live Music Valencia

En la parte espiritual destacó, además del lirismo con el que Nathalie Forget cantó siempre su parte con las ondas Martenot, el hermoso estatismo conseguido en “Jardin du sommeil d’amour” (n.º 7). Aquí, Carlos Apellániz, quien demostró su poderío técnico, expresividad e implicación en todo momento, enunció con calma cada uno de los giros plasmados por el Messiaen ornitólogo. Éstos fueron contrapunteados por el bonito color del clarinete y flauta solistas, mientras la melodía de las ondas fluía sobre el mullido colchón armónico de las cuerdas, apoyada por la exuberancia de los armónicos producidos por el vibráfono y el glockenspiel. En resumen, un inusitado y placentero momento de tímbrica riquísima, paz y elevación.

La nota discordante la puso una discreta media entrada y la acústica de la sala que consiguió que, en unos pocos pasajes, sobre todo en los que intervenían los solistas, la sonoridad fuera más mate que brillo. No obstante, la OV demostró el excelente nivel en el que se encuentra. Lejos queda ya, en el tiempo y en la memoria, la meritoria versión que de esta misma página hizo, dirigida por Joan Cerveró, cuando el Festival Ensems dedicó la edición de 2005 a Messiaen. En esta ocasión, desconozco si la Sinfonía Turangalîla se ha programado con intención concitar sinergias entre los auditorios valencianos, pero no cabe duda de que fue un excelente preludio al Tristán e Isolda que escucharemos este mes.

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