El programa ofrecido por la Orquesta Sinfónica de Tenerife estuvo compuesto por obras no demasiado habituales de Schumann y Mendelssohn, propuesta muy de agradecer por la novedad que supone para el público insular y para el propio conjunto sinfónico.

La velada comenzó con la Obertura “Las Hébridas”, con sus evocadoras melodías descriptivas del archipiélago septentrional atlántico en el marco del supuesto exotismo decimonónico, ansioso de experiencias basadas en territorios lejanos y casi inalcanzables para la época. En sus descriptivas melodías se distinguen claramente las alusiones a la naturaleza salvaje de dicho inhóspito lugar, sus tempestades, amanecer y crepúsculo, vientos y oleaje. La fácil y agradable lectura ejecutada por el director invitado, el jovencísimo Felix Mildenbergen, de apenas 35 años, contribuyó a la belleza arrebatadora de la pieza inaugural del concierto, con tiempos y volumen bien medidos para una obra de estas características.

Felix Mildenberger © Miguel Barreto | Sinfónica de Tenerife
Felix Mildenberger
© Miguel Barreto | Sinfónica de Tenerife

La aún más inhabitual Pieza de concierto para cuatro trompas de Schumann culminó la primera parte del programa con la colaboración inestimable de los titulares de dicho instrumento del conjunto orquestal tinerfeño. Desarrollado en los correspondientes tres movimientos, la dificultad técnica de su ejecución, unido a la elaborada orquestación que acompaña a tan infrecuentes solistas constituyen un auténtico desafío para cualquiera de los intérpretes. De los mismos Lasheras, Llácer, Alcover y Pérez no cabe sino elogiar su profesionalidad y la perfecta conjunción de su interpretación, apasionada en los momentos más álgidos así como conmovedora en los más líricos e intimistas. La complicidad y buen desempeño de los cuatro solistas resultó más que evidente en la versión ofrecida, plena de ricas tonalidades y de gran impacto sonoro en el auditorio. Un gran triunfo para tan poco agradecido instrumento, en múltiples ocasiones un mero acompañante y que en esta ocasión se erigió como máximo protagonista.

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Los trompistas Salvador Alcover, Eugenio Pérez, José Llácer y Antonio Lasheras durante el concierto
© Miguel Barreto | Auditorio de Tenerife

Tras el intermedio, Mendelsshon repitió protagonismo con la Sinfonía núm. 1, op. 11, obra temprana y un tremendo exponente del futuro devenir artístico del autor, quien ya exhibía aquí sus máximos aciertos musicales. De claras reminiscencias mozartianas, y con una rica orquestación e infinitas melodías de bello calibre, constituyó sin duda una excelente culminación del programa. Mildenbergen impuso una lectura ágil y dinámica de los movimientos primero y cuarto, muy adecuada a los raudos acordes de ambas partes. En cambio, ralentizó sabiamente tanto el Andante como el Menuetto logrando un empaste de bellísimo efecto, consiguiendo una ejemplar interpretación de la pieza.

Hay que destacar del director una madurez sólida visible tanto en sus recursos interpretativos como en su dominio de todas las secciones de la orquesta. Esta, a criterio de él mismo, estaba distribuída con los violonchelos en el centro y los contrabajos a la izquierda, y ello contribuyó a una lectura original, pero fiel, de las obras. Una lectura impecable que recordatordaba al Mozart más maduro y anunciaba el romanticismo más excelso.

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