El Palau de les Arts continúa con una temporada que, a través de la inclusión de algunas figuras carismáticas, está despertando buena atención mediática. Si su reciente Traviata orbitaba alrededor del glamour de uno de los grandes de la moda, su actual producción, Lucrezia Borgia, lo hace a través de la de una de las grandes del canto en nuestra era. Una cantante que, siendo ya parte de la historia de la lírica, sigue expandiendo su carrera hasta lo impensable, explorando nuevos terrenos, sin disminuir por ello su calidad vocal: Mariella Devia.
Devia es el alma indiscutible de la función y demuestra por qué a esta forma de interpretar se le llama bel canto. No hace ninguna concesión ni a los aspectos dramático ni interpretativos, ni sucumbe a las fáciles tentaciones de impactar con el volumen; utiliza la experiencia y la técnica con el único objetivo de preservar la belleza del canto. Su dominio de las medias voces es ejemplar y es la piedra angular de su interpretación, la emisión está magníficamente colocada y, sin necesidad de visitar intensidades extremas, llena la sala entera de maestría vocal. No posee el timbre más hermoso –nunca fue el caso– pero tras décadas de carrera y ya acercándose a los setenta años, el estado de la voz y la sabiduría con la que la maneja siguen siendo asombrosos. Su color es homogéneo en todo el rango, el sobreagudo todavía saludable, el fiato largo, el fraseo primoroso, muestra un elegante atisbo de portamento en sus escalas y florituras, y utiliza las dinámicas con la maestría de quien lleva décadas dedicada a emocionar a través de la excelencia vocal.
William Davenport encarna a Gennaro, su hijo-amante. Tiene un bonito timbre luminoso y una buena línea de canto, aunque por no tener una técnica de emisión tan mayúscula como la de su compañera, se vio empujado a una interpretación casi siempre a plena voz. Fue, en todo caso, una actuación notable. Silvia Tro Santafé sigue siendo la secundaria de confianza para cualquier obra belcantista que se programe en nuestro país. Su interpretación de Orsini estuvo a la altura de la noche: sólida en el tercio bajo y radiante en el alto, acompañó toda su actuación de su característico y precioso vibrato. Completa el cuarteto protagonista el Alfonso de Marko Mimica, una voz potente para una actuación intensa y rotunda a la que le faltó algo de canto.