Si entendemos el piano como un instrumento de percusión, entonces el Liber-Quartet es justamente un cuarteto de percusión, en el sentido más auténtico, en cuanto que los dos pianos y el conjunto de instrumentos de percusión se intercambian roles, asumen protagonismo por turnos y construyen un tejido conjunto que alcanzan cotas de energía inusitadas en otro tipo de formaciones. Es cierto que no es muy abundante el repertorio para esta formación, pero los componentes del Liber-Quartet además de ser experimentados intérpretes también son unos excelentes músicos capaces de hacer certeras adaptaciones. En esta ocasión, ofrecieron una obra originalmente escrita para este conjunto, la Sonata para dos pianos y percusión, Sz. 110, op. 57 del mencionado Bartók y una adaptación de La consagración de la primavera de Stravinsky a partir de la versión ya existente para dos pianos del propio compositor.
En el movimiento inicial de la primera obra, con su larga introducción, pudimos apreciar la tímbrica áspera de los pianos de Carlos Apellániz y Alberto Rosado, con un toque riguroso, pero intencionalmente rudo y percusivo. Lejos de entender la parte pianística como un contrapeso a la percusión, la formación valenciana considera que ambas componentes han de tratarse de modo análogo. Por ello, el resultado fue un sonido potente, sin reticencias ni ambages, que se percibió más eficaz en los movimientos extremos de la Sonata, especialmente en esos momentos de gran concitación, gracias a una precisión quirúrgica combinada con la rotundidad casi brutalista. Por el contrario, se echó de menos algo más de suavidad en el movimiento central, en el que un perfil más ensoñado, olvidándose justamente de ser un cuarteto de percusión, con unas resonancias más suspendidas, hubiera marcado un interesante contraste. Brillante en el último movimiento especialmente, Raúl Benavent en sus intervenciones en el xilófono, así como los demás miembros del cuarteto que plasmaron un final arrollador.

La adaptación de la Sacre du Printemps para dos pianos nace principalmente de la exigencia de ensayos previos al estreno y por estudio, pero aunque obviamente no puede reproducir todo el color de la versión orquestal, no deja de ser una partitura que tiene una autonomía que puede ser perfectamente traída a la sala de concierto. Además, el Liber-Quartet ha adaptado también la parte de percusión que requiere un notable virtuosismo dado que, donde la obra original requiere cinco percusionistas y aquí se consigue con dos. Los pianistas presentaron el tejido armónico con transparencia haciendo emerger detalles que incluso se pierden a veces en la versión orquestal. También las dinámicas se cuidaron con escrúpulo para poder reflejar toda la riqueza de la escritura. Pero sin duda el punto álgido se obtuvo cuando la percusión hizo su irrupción (increíble el virtuosismo de Javier Eguillor con los timbales) y aportó, por un lado, ese color que el piano a veces no consigue alcanzar, haciendo que aparecieran unas sonoridades más difusas y vitalistas. Especialmente convincentes sonaron la Danza de la Tierra y el bloque final de la obra donde detrás de esa incesante lluvia de notas y clusters se apreciaba un diseño claro y una estructura bien ordenada. Probablemente el mayor mérito de esa interpretación fue conseguir que no se perdiera la autenticidad y la frescura, pero sin abandonar el rigor y la capacidad analítica en todo momento.
En suma, se trató de una de las propuestas más interesantes de esta edición, enmarcada en el ámbito del Festival Joven, aunque ciertamente se trata de intérpretes de trayectoria consolidada, para mostrar facetas distintas de obras conocidas (anoche habíamos justamente escuchado La consagración) o bien refrescar repertorio no tan habitual para un tipo de formación muy sugestiva.
El Festival de Granada se hace cargo del alojamiento en la ciudad para Leonardo Mattana.