El anhelo que se aprecia en las obras de Wagner, Jolas y Mahler que componían la visita de la Orquesta Sinfónica de la Radio Sueca tiene algo de atemporal: no es la mera nostalgia, ni la premura por un tiempo futuro. Es más bien la condensación de tiempos en el tiempo presente, la desmesura de su representación, bien con la intensidad wagneriana, la ironía de Jolas o el despliegue inagotable mahleriano. La formación escandinava llegaba a las órdenes de su actual director musical, Daniel Harding, con Fleur Barron y Andrew Staples completando el elenco de este interesante programa.

El Preludio y Liebenstod del Tristan und Isolde son de esas páginas que siempre es un placer sensorial e intelectual escuchar por muy conocidas que sean, y con las que también cada interpretación se confronta con un importante pasado. Harding y la SVR han dedicado una grabación reciente a páginas célebres del compositor alemán por lo que la lectura que disfrutamos fue sin duda consciente y detallista. Intensa pero sin llegar a ser redundante, con una organización de los planos sonoros más diáfana que robusta, el desarrollo armónico se caracterizó por su ser acompasado, parsimonioso para poder resaltar todas las filigranas tímbricas, pero sin llegar a languidecer. Sí es cierto que la sección de cuerda de la formación sueca no llega a alcanzar esas cotas de profundidad y redondez que en obras así aportan el toque de la excelencia, pero aun así fue un resultado convincente donde Harding pudo hacer gala de su nota meticulosidad.
Completaba la primera parte, Ces belles années de la compositora francesa Betsy Jolas, compuesta en 2023, en la que un lenguaje vanguardista se entremezcla con un poso de sarcasmo, de una nostalgia que no quiere salir, y que se resuelve con una jocosa serenidad. La ejecución fue correcta, encadenando con fluidez los pasajes y emitiendo un empaste tímbrico pulcro, equilibrado estructuralmente más allá de la parte más efectista de la partitura. También pudimos apreciar la voz de Fleur Barron en un registro más contemporáneo, así como sus dotes más histriónicas.
Tras el descanso, probablemente uno de los ciclos de canciones más antológicos: Das Lied von Erde de Mahler. Coherentemente a una visión más analítica y contemporánea, Harding delineó con ligereza y brillantez los números impares con especial protagonismo del viento metal, así como una amplia gama de dinámicas en el conjunto general. Staples acometió los versos con arrojo y potencia frente a la masa orquestal, así como con suficiente agilidad para plasmar una dicción bien articulada. Sin embargo, se echó de menos algo más de expresividad y a un estilo más afín al repertorio liederistico. En los números pares y especialmente en Der Abschied, se pudo apreciar mayormente el estilo del director inglés: concentrado, intenso, meditativo y al mismo tiempo esclarecedor con una capacidad de recrear la partitura con detenimiento en los detalles, pero sin perder el pulso vital de la obra. Una forma genuina de entender a Mahler, uniendo extremos emotivos y haciendo que convivan a través de una atención para cada uno de los entresijos de la obra. En el lado vocal, Fleur Barron no alcanzó un nivel tan notable: a pesar de tener una voz interesante, bien calibrada y por lo general correcta, abusó del vibrato en ciertos momentos y, al igual que su compañero de elenco, no consiguió dotar de verdadera intensidad dramática las evocadoras palabras del texto, ofreciendo un registro expresivo más bien plano.
Si bien el elemento vocal no fue tan excelente cuanto el trabajo el orquestal, fue en todo caso un concierto con un programa de gran enjundia con una formación y director de primer nivel que dio lugar a una velada altamente satisfactoria.