La expectación era altísima en Sabadell ante el primer Wagner escenificado de la Fundación Òpera Catalunya con la nueva dirección artística de Jordi Torrents. Con Der fliegende Holländer y pese a ciertas irregularidades puntuales propias de una empresa de gran envergadura, el resultado fue, en líneas generales, satisfactorio. La dirección musical de Josep Planells Schiaffino respondió con una lectura atenta a los matices y respetuosa con la progresión narrativa de la partitura. Su enfoque proposicional y detallista reflejó una idea clara de la dramaturgia sonora, lo que invita a esperar mejoras aún mayores cuando la producción haya ganado rodaje. Aun con las limitaciones acústicas del foso de La Faràndula, la Orquestra Simfònica del Vallès mostró una entrega total, profesionalidad y coherencia sonora. Hubo pasajes de gran densidad, con momentos dramáticos bien construidos y efectos de tormenta efectivos, que contribuyeron a ambientar con credibilidad el universo wagneriano.

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Escena de El holandés errante en el Teatre La Faràndula
© A. Bofill | Òpera Catalunya

Vocalmente, el Holandés encarnado por José Antonio López fue el eje dramático de la función: presencia escénica imponente, técnica sólida —timbre homogéneo, dicción cuidada— e inteligencia estilística. Su actuación aportó la profundidad trágica y la resignación contenida. A su lado, Sava Vemic encarnó a Daland con eficacia, proyectando carácter y garra escénica; su fraseo mostró variedad expresiva e incluso un matiz humorístico en ciertos momentos del segundo acto, lo que aportó contraste y viveza.

La Senta de Maribel Ortega comenzó con timidez y una emisión algo rígida, pero supo resolver con buena capacidad los pasajes más difíciles. Cerró la ópera con agudos potentes y seguros, y convenciendo en el trío al final del segundo acto y en el dúo con el Holandés, que fueron de lo más logrado de la velada. En cuanto al resto del reparto, Jorge Juan Morata como Timonero cumplió con corrección y musicalidad, sobre todo en la escena inicial, y Elisabeth Gillming, en su breve pero significativo papel de Mary, aportó elegancia y credibilidad.

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José Antonio López (Holandés) y Maribel Ortega (Senta)
© A. Bofill | Òpera Catalunya

El único punto discutible fue Erik, interpretado por José Ansaldi: aunque su centro parecía equilibrado, su emisión en los agudos resultó fija y poco controlada, lo que comprometió algunos momentos cruciales. Lástima, porque los medios eran evidentes, pero la técnica y el estilo no acabaron de ajustar. El Cor Amics de l’Òpera de Sabadell, bajo la dirección de Gil de Tejada, volvió a demostrar su preparación con solidez, especialmente en el tercer acto. El refuerzo del Cor Anton Bruckner, aunque localizado fuera de escena, no consiguió del todo imprimir el carácter ominoso e inquietante que la dramaturgia reclama —aun cuando la megafonía intentó subrayar efectos wagnerianos de gran impacto, casi cinematográficos, en esa dicotomía entre mito y exploración psicológica tan propia de la obra.

En el plano escénico, Emilio López apostó por una propuesta limpia y funcional, que facilitó la comprensión y continuidad de la acción a pesar de un cierto estatismo de los personajes principales. La iluminación de Sergio Gracia, junto con las proyecciones, construyó una atmósfera visual sugestiva, de considerable belleza plástica, adecuada al universo simbólico y marino de la ópera. No obstante, el constante movimiento de nubes videográficas en el acto III pudo generar cansancio visual, especialmente en una función sin pausa, como dictaba la voluntad wagneriana.

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José Antonio López (Holandés) y Sava Vemić (Daland)
© A. Bofill | Òpera Catalunya

Esta ausencia de descanso incrementó considerablemente la exigencia de atención para el público durante cerca de dos horas y media, y supuso un esfuerzo enorme también para los músicos. Llegaban tras un calendario intenso: funciones recientes de Le nozze di Figaro, una exigente Missa solemnis y, apenas unos días antes, una gala comercial dedicada a Verdi en el Palau de la Música. Todo ello afrontado con profesionalidad, vocación y dedicación, pero también con un sobreesfuerzo que resulta difícil de justificar: revela carencias en la planificación. En algunos aspectos aún se trabaja con una dinámica de tiempos pretéritos —con pocos ensayos y demasiada presión—. Planificar la agenda es también cuidar a las personas, un principio que se vuelve indispensable ante un calendario navideño frenético para la Simfònica del Vallès, incluso considerando los refuerzos y la creación de dos agrupaciones orquestales.

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