¿Qué tiene Klaus Mäkelä para que dos de las mejores orquestas del mundo le vayan a nombrar su director titular el próximo 2027? Con esta pregunta en mente acudía el pasado martes por la noche al Auditorio Nacional de Madrid. Una de esas orquestas es la Royal Concertgebouw Orchestra de Ámsterdam, junto a la que le escucharíamos aquella velada. La otra, nada menos que la Chicago Symphony Orchestra. Son, según la opinion de los críticos que publicamos en Bachtrack el pasado 2023, la sexta y quinta mejores orquestas del mundo, y Mäkelä pasará a ser su maestro con tan solo 31 años. Estarán de acuerdo conmigo en que es, sin duda, algo extraordinario. Al menos lo suficiente como para despertar la curiosidad de los melómanos madrileños que abarrotamos la sala para tratar de descubrir el misterio tras el incontestable éxito del joven director finlandés.

El programa es eminentemente alemán y masculino en cuanto a tópicos: impetuoso, violento, guerrero, heroico. Aunque la primera obra es de la célebre compositora surcoreana Unsuk Chin. Sin embargo, Chin ha logrado captar la esencia cultural de su tierra adoptiva, Alemania, y transmutarla en música. “El resultado es música que resulta fácilmente accesible al público”, nos cita Luis Gago en las notas al programa al jurado del Premio de Música de la Fundación Musical Ernst von Siemens y, en mi opinión, es uno de los mejores halagos que puede hacerse a un compositor. El misterio detrás de esa capacidad de conectar con el público que parece resistírsele a muchos compañeros de profesión de Chin está, quizás, en entender al pueblo, el Volkgeist, en el que el mito del héroe que inspira las tres piezas de este concierto tiene un papel nuclear.
Mäkelä se yergue sobre el podio joven, viril, gallardo, apuesto, imponente. Sus movimientos reflejan la violencia de una obra pasional, dionisíaca, en la que los timbres de los metales, con sordinas o combinados con la percusión tienen un papel central. La obra de Chin conecta con la de Strauss que escucharemos al final. Un anticipo de esa Vida de héroe, o un resumen, quizás.
El idilio de Sigfrido de esta Concertgebouw fue digno de grabación. La precisión de las cuerdas fue milimétrica, con un gran equilibro entre secciones que cambiaba constantemente la escucha cada vez que una nueva se incorporaba. Primero los chelos, luego los contrabajos... El oyente no puede no estar expectativo ante la forma en la que Mäkelä va transmutando las texturas de la orquesta en una transición fascinante a la par que orgánica. Sin que, ni siquiera el melómano más avezado se percate, la orquesta completa cambia su carácter, su fraseo o su equilibrio y, de repente, nos hallamos en un mundo sonoro nuevo.
Todas estas características que enumero, unidas a la asombrosa juventud del maestro, serían suficientes para entender los motivos de su fulgurante éxito. Pero su auténtico talento nos lo mostraría de forma clara en Una vida de héroe. La cualidad que más me fascinó de Mäkelä fue su capacidad para reservar los matices. Para hacer un único fortissimo en toda la obra y, antes de éste, una inmensa gama de quasi fortissimo. Logra así el finlandés mantener la tensión hasta el final. Cuando piensas que la orquesta ya lo ha dado todo. Aún le queda un poco más, un impulso extra que no puede sino dejarnos deslumbrados por el talento para entender la obra y ser capaz de transmitirla en su forma más perfecta a un auditorio que estoy seguro que cayó rendido ante el héroe y su música heroica.